jueves, 16 de diciembre de 2010

Noé: una experiencia completamente japonesa

En la calle Isabel La Católica, ubicada al norte de Quito, hay muchos restaurantes. Cada uno resalta por el tipo de comida que sirven. Noé tiene su particularidad también. La exquisita comida japonesa y fusión es un sinfín de experiencias, explosiones de sabor y colores vivos.

Al llegar la cordialidad de la anfitriona impresiona un poco. Alguien que pasa con tacos todo el día y parada no debería tener una sonrisa tan amplia. Es delgada y tiene el pelo rubio y un poco más debajo de los hombros “¿Mesa para cuántos?”, pregunta. Y te lleva a lo que será todo un paseo de sabores.

El primer olor que se distingue al llegar es el de la típica salsa de soya japonesa, que se diferencia con la china porque es un poco menos amarga. El olor es inexplicable, no es exactamente algo que se consume en la dieta ecuatoriana.

La mesa de madera donde nos traslada está en el centro del lugar. El mesero se acerca y dice “Buenas tardes. Mi nombre es Jorge”. El menú es una revista, y al abrirla los colores de las fotografías saltan a la vista: rojo, verde, blanco, naranja, amarillo.

Unas toallas calientes es la perfecta descripción del Japón. Están encima de unas cuencas de madera clara. Es una costumbre japonesa muy conocida. Se limpian las manos con estas. El olor es muy especial, huele a eucalipto.

El camarero regresa a tomar la orden. “¿Qué les sirvo?”, pregunta Jorge. “Me da un rollo California, pero por favor dígale al chef que me lo haga tempurizado, que consiste en, freír a base de una una ligera pasta de freir elaborada con huevo, agua fria y/o hielo y harina; un Filadelfia, un jugo de frutilla y una cola por favor”. “Enseguida” dice el mesero.

El rollo California es básicamente hecho con algas, arroz para sushi, pepino, vinagre blanco, surimi, queso crema, aguacate y miel de maíz o ázucar. Mientras que el Filadelfia Salmón,queso crema,cebollín,alga por afuera. Estos dos son dos de los rollos más tradicionales.

En la mesa de al lado, una pareja disfruta de la comida. El hombre está comiendo un teriyaki, que es una técnica de cocción japonesa que consiste en es una técnica de cocción de la cocina japonesa en la cual los alimentos son asados (al horno o a la parrilla) en un adobo de salsa dulce, de salmón, su esposa uno de res. “Es lo más rico que he comido aquí”, asegura Carlos Yánez, ejecutivo que siempre almuerza ahí con su esposa o con sus colegas.

Llegan los rollos a la mesa. El tempura del rollito california está en su punto. El rollo Filadelfia está muy suave y al morderlo es como que el arroz explotara en la boca.

La salsa de soya es el complemento perfecto para estos rollos, y el wasabi –un condimento japonés picante- en cantidades moderadas lo hace más especial todavía.

Al finalizar la comida los sabores continúan bailando en la boca, y uno siempre se queda con ganas de más.

La Pilsener volvió, y con creces

La semana pasada la producción de Cervecería Nacional –quien fabrica Pilsener y Club- sufrió un desliz. Una jueza de Guayaquil prohibió la fabricación de esta cerveza por una demanda de ex trabajadores que exigían el pago atrasado por 16 años de utilidades de 90,9 millones de dólares.

$3 millones de ventas diarios se perdieron desde la prohibición de la venta el 26 de noviembre, hasta la reanudación de su producción el 10 de Diciembre.

Diagonal a la pizzería El Hornero de la González Suárez y Bejarano, al norte de la ciudad, hay dos pequeñas tiendas de abarrotes donde la cerveza es una de las cosas que más se consume. Sus clientes, mayoritariamente moradores del sector, acuden a cualquiera de las dos a abastecerse de elementos para su hogar.

Rodrigo Cáceres, quien vive a dos cuadras de las tiendas, asegura que va a comprar ciertas cosas a las tiendas, “pero casi todo los días después del trabajo vengo a pegarme una cervecita con mis compañeros. Por suerte ya permitieron que se vuelva a vender”. El lleva un traje oscuro. Al hablar de lo que se considera el símbolo ecuatoriano mueve mucho las manos de un lado para el otro. Al destapar la botella suena “tssssss”, y la espuma intenta salirse, pero llega al tope y se regresa.

Los carros siguen llegando. Familias, parejas, personas solas. La mayoría de los jóvenes piden cerveza. Y más específicamente Pilsener. José Pontón se baja de su vitara rojo, 5 puertas. Ingresa al negocio de la izquierda, “La Frutería”, y pide 2 six-packs. Tiene una chompa abrigada de color negro y un blue-jean muy oscuro. Su cabello negro se lo acomoda a cada rato casi nerviosamente.

“Yo cuando voy a farrear vengo a hacer la “preli” acá a “la villa” (así es como le llaman a las dos tiendas) con mis amigos y amigas. Tampoco es que te dejan embriagarte aquí afuera, pero lo básico para ir entonados a la disco”, afirma.

Los policías patrullan, pero mientras no vean el alcohol, no pueden decirles nada a quien lo consume. Por esta razón, estas dos tiendas se han convertido en el punto de encuentro para mucha gente que va en busca de alcohol más barato que un bar.

Ahora todo ha vuelto a la normalidad. La Pilsener y la Club han vuelto ha ser el acompañamiento de todas las comidas típicas, de las reuniones sociales, de el caluroso día de playa.